La ciudad eterna
Mi primera visita a Roma, estuvo llena de momentos que
aseguro no podré olvidar, una ciudad que me cautivo por sus olores, arte, comida,
cultura y su gente
Foto: Blog Laberinto Quimera |
Después de
nueves horas de vuelo, el 26 de diciembre llegué a Roma con ansias de empezar a
recorrer toda la ciudad. Una vez instalada en el hotel que quedaba a una cuadra
de la Piazza del Popolo, mi primera parada fue en el Café Canova, donde a
simple vista en la vitrina se podía ver una variedad de paninis que parecía que
tenían como una semana ahí, pensé que tal vez había caído en un “tourist trap”,
cuando probé mi panini de capresa, me di cuenta que no había lugar en el que
pudiera comer mal en esa ciudad, el pan era el mejor que había comido en mi
vida, la frescura del queso y el tomate eran inexplicables, llena de emoción
decidí continuar mi caminata por la ciudad.
La Via del
Corso, una de las calles más importantes del centro histórico de Roma, estaba
adornada con unas luces que hacían alusión a un mar de arco iris sobre la
gente, llena de tiendas de marca europeas y de turistas que circulan a lo largo
de la vía.
Segundo día: El
Vaticano, nunca había visto tanta inmensidad en un solo lugar, Miguel Ángel,
Bernini, Bramante, Rafaello, hicieron obras magníficas que solo había visto en
Historia Universal en el colegio, en pequeñas imágenes; no podía creer que en
la vida real la obra de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina era mucho más
pequeña de lo que había visto en internet, me tomó 20 minutos para detallar todo
el techo y aun así quería seguir detallandola pero los polícias que mantenía el
control en la capilla, “¡avanti, avanti!” obligaba a la gente a seguir
avanzando y salir de ahí.
Cinco días me
quedaban en la ciudad eterna, Piazza Spagna, Fontana Di Trevi, El Coliseo, El
Panteón, el Monumento a Vittorio
Emanuele, todas estas obras arquitectónicas lograban hacerme diminuta frente a
tanta inmensidad, rodeada de tanta historia que vi en libros y en clases del colegio
y universidad, ahora la estaba viendo con mis propios ojos.
Todos los días
comía hasta sentirme mareada de estar tan llena, no quería dejar de probar cada
plato que llegaba a la mesa, un plato era más rico que el anterior, la compañía
del vino hacía que la cena de cada día fuera una exquisitez que no quería que
se acabaran los platos.
Por otro lado
pude apreciar que los romanos, son gente amable muy apegada y orgullosa de su
cultura, en ningún momento sentí que no pudiera entender otra cultura que no
fuera la mía pero puedo asegurar que nosotros los venezolanos tenemos más
descendencia de los italianos que de los españoles.
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